Encarnación del cierzo
Evoco la alegría del verano
al pensar en las horas en el río,
las tardes con vencejos, las noches estrelladas,
tu risa junto a mí.
Pero evocar no sirve y es inútil.
Todo cuanto se fue con el otoño,
con el invierno vuelve de otra forma
al corazón del hombre,
en un giro impiadoso, atemporal,
vivísimo. Encarnado.
Baja de la montaña el cierzo, cierra
el horizonte, ríen las ventanas
al encender las luces. Yo no veo
los húmedos tejados ni a la gente
que vive en esas casas:
tan sólo una sonrisa para mí
brillando en un agosto eterno,
que está existiendo siempre,
aunque fuera hace mucho tiempo ayer.
*******
Somos
No un barco solitario
cuyas luces se adentran en la noche
dejando atrás la costa;
ni una desierta isla
preñada de tesoros, descuidada
en el vasto archipiélago;
ni la roca que enfrenta
en el batiente al oleaje, firme
mientras se descompone;
tampoco el asombroso
pecio de algún naufragio milenario
que al fin orilla el tiempo, sino
esos rastros de espuma que las olas
dejan sobre la arena de una playa
al retirarse el mar, deshechos al instante.
Apenas nada más.
Antonio Manilla
in Lo que deja de verse en el fulgor
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